A medida que pasan los años te das cuenta que los libros tienen la significación del momento, eso sí, nunca olvidas tu primer libro, ese que te transportó al fascinante mundo de la palabra escrita.
Desde entonces, en momentos cruciales de mi vida, he citado un pasaje, que leí cuando terminaba mis estudios de bachillerato en el liceo Pedro Emilio Coll, en Caracas:
Esa noche, mientras se velaba el cadáver en la gallera, José Arcadio Buendía entró en el dormitorio cuando su mujer se estaba poniendo el pantalón de castidad. Blandiendo la lanza frente a ella, le ordenó: «Quítate eso.» Úrsula no puso en duda la decisión de su marido. «Tú serás responsable de lo que pase», murmuró. José Arcadio Buendía clavó la lanza en el piso de tierra. -Si has de parir iguanas, criaremos iguanas -dijo-. Pero no habrá más muertos en este pueblo por culpa tuya. Gabriel García Márquez: Cien Años de Soledad
Puede ser, quizás, en recuerdo de un frase de mi utilizaba mi padre: “O como gallina, o muero arponeao”, de la cual ignoro su origen. Lo cierto es que en los momentos que me ha tocado tomar una difícil decisión, he recurrido a aquella frase de José Arcadio: “Si has de parir iguanas, criaremos iguanas”. (Probablemente a las feministas no les agrade la cita, y me vituperen.)
Pero como mencionaba al principio, cada libro con su tiempo.
Ahora, en el último tramo de la vía, me encontré con Sandor Marai, un escritor húngaro de pluma fina, cual bisturí. De él, El Último encuentro, y el valor de la amistad
“Al igual que el enamorado, el amigo no espera ninguna recompensa por sus sentimientos. (…) ¿Qué valor tendría la amistad si sólo amamos en la otra persona sus virtudes, su fidelidad, su firmeza? ¿Qué valor tiene cualquier amor que busca recompensa? (…) Tenemos que soportar que las personas que amamos no siempre nos amen, o que no nos amen como nos gustaría. Tenemos que soportar las traiciones y las infidelidades, y lo más difícil de todo: que una persona en concreto sea superior a nosotros, por sus cualidades morales o intelectuales.”
Dicen que en esta etapa de la vida, en la cercanía de la muerte, nos adentramos en la revisión de la trayectoria final, buscando el significado de la vida, pues bien, en mi caso pongo en sitio especial a la amistad. Más aun en tiempos de exilio voluntario…. y de pandemia.
El mismo libro contiene otra frase, intensamente azul:
¿Crees tú también que el sentido de la vida no es otro que la pasión, que un día colma nuestro corazón, nuestra alma, nuestro cuerpo, y que después arde para siempre, hasta la muerte, pase lo que pase? ¿Y que si hemos vivido esa pasión quizás no hayamos vivido en vano? ¿Qué así de profunda, así de malvada, así de grandilocuente, así de inhumana es una pasión?… ¿y que quizás no se concrete en una persona en concreto, sino en el deseo mismo?.
Me siento en el mismo barco, pues al contrario de la amistad, no asocio la pasión con personas, sino más bien con esa energía vibrante y radiante que nos despierta cada célula del cuerpo. No hay duda que en momentos lo hemos personalizado, pero es algo pasajero. La verdadera y gran pasión, siempre está allí. Y bueno, pobre de aquel que no sabe lo que es!
En cuanto a la felicidad, es algo mas sencillo, menos denso, mas verde que otra cosa. Alli me identifico con un comentario de Fernando Savater:
No se sabe si alguien ha sido o no feliz hasta el último momento. Es decir, la felicidad es siempre reversible. Tú puedes creer que eres feliz o que alguien es feliz pero nunca puedes estar seguro de la felicidad, ni de la tuya ni de la de otro mientras esté en el mundo de la vulnerabilidad que es en el que vivimos todos. Decía también Aristóteles que, por ejemplo, Príamo, el rey de Troya, parecía absolutamente feliz y era un hombre de avanzada edad. Pero todavía le quedaba la guerra, perder a su familia y perder su reino. Así que hasta el final, hasta el último momento. Como dice el refranero español, «hasta el final nadie es dichoso». Eres dichoso a partir de la muerte porque ahí te vuelves invulnerable. Los muertos son ya invulnerables porque todo lo tienen en el pasado. La felicidad nunca es una cosa compatible con el presente; o es el pasado, o es alguna cosa que esperamos que nos llegue en el futuro. Yo por eso prefiero hablar de alegría y no de felicidad, que me parece una palabra demasiado exagerada.