Bioeconomía y la Agricultura en Venezuela 2030


Bioeconomía y la Agricultura en Venezuela 2030

La economía venezolana sobre la base del petróleo, o lo que queda de ella, que ya había mostrado sus signos y síntomas de debilidad e inviabilidad, ha terminado en colapsar en los últimos años, trayendo como consecuencia una descomunal crisis, tanto económica, como social y ambiental.

La Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi), elaborada por la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), refleja, al cierre de 2019, que en cuanto a pobreza y desnutrición Venezuela sufre un deterioro profundo: 79,3% de los venezolanos no consumen 2.200 calorías diarias de una canasta de alimentos básicos (pobreza extrema), y 96,2% logran ingerir estas calorías pero no pueden costear servicios esenciales como luz eléctrica y transportes (pobres).

Esta crisis que padece Venezuela, únicamente podrá ser superada, de manera sostenible, resolviendo una terrible paradoja. Por un lado, la gran mayoría de los expertos en la materia coinciden que será necesaria una gigantesca inversión de capital, solo posible bajo un nuevo esquema económico, y apalancado con la producción petrolera. Por otro lado, ese esfuerzo deberá acompañarse de políticas e iniciativas que faciliten una progresiva y oportuna transición, que impulse el desarrollo de una economía abierta, competitiva y por supuesto, sustentable, superando la dependencia del petróleo y el modelo rentista. Esa transición supone cambios en matrices de energía, tecnologías y patrones de producción y consumo, orientados hacia eficiencia energética y fuentes de bajo carbono, siguiendo la directriz de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero un 45 % en los próximos diez años y a cero para 2050. Todo ello en un escenario de mayor estrés climático y de escasez de recursos naturales.

Conjuntamente con esta tarea, en el desarrollo del modelo agrícola venezolano surge la favorable oportunidad propiciar los cambios culturales que también conduzcan a la transición de ese paradigma basado en el consumo y la ineficiente utilización de los recursos disponibles a uno que, por el contrario, asuma principios y pautas más amigables con el ambiente, cómo lo es la Bioeconomía, teniendo especial consideración el equilibrio entre la producción de alimentos, la de energía y la de otros bioproductos.

La agricultura venezolana ha sido abordada como un proceso lineal, productivista, extractivista, y no como uno integral, circular, basado en la producción eficiente de biomasa, cuya finalidad principal sea la obtención de alimentos, pero también que pueda ser de alimento para el ganado, generación de bioenergía, obtención de biomateriales para la construcción, fibras, biofármacos, etc.

Esta aproximación sesgada, producto sin duda de nuestra formación profesional en tiempos de “Revolución Verde”, también nos conduce a subestimar, e incluso a no considerar el rol de la pequeña agricultura, o la agricultura familiar, la cual de acuerdo con el Instituto Interamericano de Ciencias Agrícolas (IICA), produce gran parte de los alimentos que se destinan a los mercados domésticos y es una de las principales fuentes de empleo en los territorios rurales.

En el diseño del modelo de desarrollo rural deseable y posible, también es necesario combinar, las dos agriculturas del país. La pequeña agricultura, no necesariamente marginal o de subsistencia, y la gran agricultura, principal suministradora de alimentos. Esta agricultura, incluyendo la agricultura de montaña, requiere de una óptica distinta en su análisis y en el apoyo necesario para su desarrollo y consolidación. Los rubros que se producen en esta pequeña escala no pueden estar sujetos a los acuerdos de libre mercado, menos aún a la inflexibilidad de la competitividad y la rentabilidad. Tomemos los ejemplos del café y el cacao. Ambos cultivos tienen un considerable retraso tecnológico pero vinculan fuertemente a la familia campesina con la tierra.

Es razonable pensar en un desarrollo agrícola audaz que mediante un fuerte impacto en la productividad mejore sustancialmente la rentabilidad y promueva la siembra de nuevas áreas, con el consiguiente deterioro de bosques y montañas? Se deben eliminar aquellas plantaciones poco rentables e ineficientes, pero que constituyen zonas protectoras de nuestras mermadas cuencas?

Ciertamente, una es la agricultura que soñamos y otra la que tenemos, o lo que queda de ella, y es necesario un proceso de reconstrucción pero evitando cometer errores del pasado basados en el modelo rentista y lineal.

Nuestra agricultura, además de rentable y sustentable, debe ser energéticamente eficiente, es decir, maximizando no solo la producción y sino también la utilización de la biomasa, con base en nuestra condición de país tropical que nos permite obtener una elevada producción primaria neta (PPN) de biomasa de plantas en términos de gramos de carbono (C) por m2 al año. En ese sentido las biorrefinerías podrían convertirse en los sistemas útiles para el aprovechamiento de esa biomasa en un espectro de productos comercializables y de energía.

La otra gran ventaja comparativa que tenemos para abordar esta visión bioeconómica es el Índice Nacional de Biodiversidad (INB), un indicador que estima la riqueza y el endemismo de cuatro clases de vertebrados terrestres (mamíferos, reptiles, aves y anfibios) y plantas vasculares presentes en un país; los valores del índice varían en un rango de entre 1 y 0. El INB de Venezuela es 0.850, lo que nos sitúa como uno de los países más megadiversos del planeta.

Estas dos condiciones son insoslayables al momento de considerar el desarrollo de los territorios rurales completando lo que podríamos considerar el círculo virtuoso de la “nueva agricultura”, para que además de rentable, sustentable, y energéticamente eficiente, sea igualmente inclusiva.

También es necesario desmontar la desacertada concepción de la “agricultura no-alimentaria”, pues como ya se mencionó, de lo que se trata es maximizar la producción y la utilización de la biomasa. Con esta errónea visión no se considera el inmenso aporte que otros cultivos, como es el caso de los forestales y energéticos, pueden agregar al desarrollo de polos industriales a partir de la biomasa como lo harían las biorrefinerías forestales. Cabe mencionar el ejemplo de Finlandia donde, este año, tres biorrefinerías comenzaran a producir además de pulpa de papel y celulosa: azucares, aceite de pino, vainillina, celulosa microcristalina y bioenergía.

Tampoco es posible continuar agrandando el pasivo ambiental de la agricultura venezolana de los últimos tiempos, la cual si bien es cierto, estuvo mostrando signos de progreso en algunos sectores como es el caso del cultivo del arroz, ha sido con innegables consecuencias, como el aumento de su huella hídrica azul y gris.

En el trienio 2006-2009 alcanzamos a producir un millón de toneladas/año, de arroz paddy. Para lograrlo, cada año fue necesario utilizar 1.800 millones de litros de agua, y aplicar dos millones de litros de pesticidas y alrededor de un millón de toneladas de fertilizantes. Incluso logramos exportar arroz, pero sin ningún valor agregado.

Es tiempo de emprender una agricultura alternativa al modelo “de granos”, considerando la producción de alimentos más eficiente mediante la eco-intensificación de los cultivos (producir más con menos recursos y menos impacto ambiental), que permita tanto mayor rentabilidad y diversificación de ingresos para productores de biomasa como mayor sostenibilidad, con una economía de repetición más que de escala, y más enfocada al desarrollo local-territorial con productos y servicios de alcance global.