Antes de conocer Chacopatica, y también por esas coincidencias en la escalera de mi vida, un día, buscando un lugar para vacacionar donde no lloviese pues eran tiempos de “dengue”, me encontré con el poeta Arquímedes, y su original posada en Punta Arenas, en el extremo occidental de la península de Araya
De tantas historias de entonces, la visita a la casa natal del poeta Cruz Salmerón Acosta en Manicuare, me dejaría un trazo que al principio fue tenue: “la angustia del aislamiento”. Tiempo después, escalones abajo, en “Chacopatica, habría de comprender como aquel deslumbrante color se pudo convertir en un doloroso poema: Azul.
Contemplar “tierra firme” desde la “otra costa” no es nada más que azul.
AZUL
Azul de aquella cumbre tan lejana
Hacia la cual mi pensamiento vuela
Bajo la paz azul de la mañana,
¡Color que tantas cosas me revela!
Azul que del azul del cielo emana,
Y azul de este gran mar que me consuela,
Mientras diviso en él la ilusión vana
De la visión del ala de una vela.
Azul de los paisajes abrileños,
Triste azul de los líricos ensueños,
Que me calman los íntimos hastíos.
Sólo me angustias cuando sufro antojos
De besar el azul de aquellos ojos
Que nunca más contemplarán los míos.
Cruz María Salmerón Acosta fue un torturado poeta víctima de una incurable dolencia que le consumió en plena juventud. Nació en las costas del oriente venezolano el 3 de enero de 1892, en Guarataro (Sucre-Venezuela), muy cerca de Manicuare. A la edad de veinte años, cuando se proponía coronar su carrera en Ciencias Políticas en Caracas, la fatalidad le salió al paso: el mal de lepra minaba irremediablemente su cuerpo. Tenía una novia. Linda muchacha cumanesa que fue su imposible amor. Para ella fueron sus más sentidos y emocionados versos. “Cordera” la llamaba, y ese amor, en más de quince años de lenta y angustiosa desolación, fue su numen y esperanza. En Manicuare se refugió el poeta con su dolor a cuestas, en una playa tan desolada como su alma.
Soy hombre porque soy libre,
Y soy libre porque he decidido
Someterme al rigor de un dolor interminable.
Y el 30 de julio de 1929, con apenas 37 años, Cruz Maria se confunde con aquel al que tantas veces le cantara… el azul de su mar… y ese día… llueve en Manicuare. El recuerdo de aquella lluvia aún permanece en esa tierra, en los recuerdos de los más ancianos y en quienes anhelan preservar la memoria de este poeta.
CRUZ MARÍA SALMERÓN ACOSTA, “El solitario de la cima de Manicuare” http://www.gibralfaro.uma.es/biografias/pag_1608.htm